Esta época tan llena de incertidumbres y peligrosa a nivel social, económico y político, puede sin embargo ser considerada como una de las mejores en décadas para la música en Colombia y, en general, para la música latina en el mundo. Las canciones de Karol G, Shakira, J Balvin, Maluma, Sebastián Yatra y Carlos Vives, entre muchos otros, obtienen millones de reproducciones en las plataformas digitales, ganan premios importantes y están desplazando al inglés como el idioma dominante de la música popular mundial. Esto lo confirma un análisis de datos de Spotify y de iTunes realizado en el 2021 por los investigadores Pablo Bello y David García.
El largo reinado del Reggaetón, que ya lleva al menos tres décadas en la cima de la popularidad en Latinoamérica, se ha expandido a Norteamérica y Europa y sigue fusionándose con otros géneros de la región. Otras expresiones derivadas del Tropipop consiguen nuevos adeptos; la salsa se mantiene en el pulso de varias generaciones y atrae a jóvenes con su cadencia y sus letras más románticas; el rock pesado y el metal latinoamericanos son casi una religión para personas de todas las edades; los sonidos del pacífico nutren las propuestas de bandas y traen sonoridades tan poco conocidas como atrayentes; las orquestas sinfónicas y las agrupaciones de cámara nacionales llenan sus auditorios cada semana, incluido el renovado León de Greiff de Bogotá; y hasta el Jazz colombiano consigue una nominación a los Grammy Latinos, con un disco estupendo grabado por la Big Band de la Universidad El Bosque, dirigida por el pianista William Maestre.
Es difícil precisar las causas de un auge musical de este tipo. Convergen cambios en las sensibilidades de los públicos mundiales, con el despegue de talentos singulares, reorganizaciones de las industrias culturales, surgimiento de nuevas tecnologías, grandes migraciones poblacionales y rigideces o estancamientos en géneros musicales que habían sido dominantes en el mundo. Seguramente así sucedió cuando los sonidos de Cuba, Brasil, Jamaica y Puerto Rico tuvieron momentos de gloria en el siglo XX. Pero como sugiere Shain Shapiro, director del Center for Music Ecosystems, un factor significativo para este estallido de las músicas colombianas puede estar relacionado con políticas públicas de financiación de las artes que, con algunos altibajos, vienen fortaleciéndose desde mediados de los años noventa. Han proliferado las escuelas y los festivales de música, las becas de formación y los auditorios.
Cuando surgieron los festivales de música al parque en la Bogotá de mediados de los años noventa, la ciudad estaba asediada por las acciones del narcotráfico, los grupos armados ilegales y las bandas delincuenciales. En los primeros años, los conciertos atraían a un público preocupado, temeroso, que a duras penas llenaba escenarios pequeños o medianos, como el Parque de la Independencia o en el mejor de los casos, la Plaza de Toros. Para el 2023, ya recuperadas tras la pandemia, las cifras de asistencia a los mayores eventos de los centenares que organiza Idartes son poco menos que asombrosas: 390.000 personas en Rock al Parque (a pesar de algunas críticas de los expertos sobre la curaduría), 170.000 en Salsa al Parque, 150.000 en Hip Hop a Parque, 41.000 en Jazz al Parque y 22.000 en Joropo al Parque. Estos festivales lograron que los bogotanos volvieran a habitar los espacios de la ciudad, desafiando la inseguridad, para paulatinamente recrear tejido social y propiciar nuevos flujos creativos. Como bien afirmó Catalina Valencia, directora de Idartes, estos festivales “traen una oferta musical que no se puede encontrar en ningún otro festival de la ciudad”. Algo similar se puede decir de otros festivales en ciudades del país como Medellín, donde el Altavoz Fest, que cumplió veintiún años recibe a más de 50.000 asistentes en cada edición o en Cali donde el Festival Petronio Álvarez atrajo a casi medio millón de personas en este 2023.
Pero esto no quiere decir que los agentes privados no hayan participado de esta ebullición musical colombiana. Han surgido importantes festivales como el Estéreo Picnic, el Cordillera, el Baum, y dos modernos centros de eventos: la Movistar Arena y el Coliseo MedPlus, que están ofreciendo conciertos con estrellas regionales e internacionales. También perduran sitios de toque legendarios que replican a menor escala y con artistas emergentes muy prometedores, los logros de los grandes festivales y van consolidando públicos y nuevas cochadas de artistas.
¿Cuánto durará esta bonanza musical colombiana y latina? Ya cantó alguna vez Celia Cruz con la Sonora Matancera (que se torna centenaria el año que viene): “El mambo hizo furor en Nueva York, pero el Cha Cha Cha lo derrotó. Ahora un nuevo ritmo apareció, y es el inquietante Rock’n Roll”. El futuro nos deparará nuevas modas musicales y capitales mundiales de producción. Solo podemos pedir que los nuevos alcaldes que asumen funciones en Colombia a partir de enero sigan fomentando las músicas colombianas, que el Ministerio de Cultura no desbalancee presupuestos creando un sistema de orquestas innecesario, y que los músicos nacionales, emergentes y consolidados, perseveren en medio de condiciones laborales difíciles y sigan llenando nuestros tiempos aciagos con sonidos esperanzadores y vitales.
*PhD, Profesor de la Universidad Javeriana de Bogotá, periodista cultural en 91.9 FM Javeriana Estéreo y Radio UNAL.
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