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Una serie de escándalos ocurridos en las últimas semanas ha hecho que se vuelva a hablar de la difícil prueba que encara el fútbol profesional colombiano: denuncias de partidos arreglados por apostadores, arbitrajes cuestionados, calendario confuso, partidos aplazados sin consultar a los equipos, traslado de clubes de ciudades en las que tenían arraigo social a otras en las que no hay condiciones para jugar y amenazas a jugadores. Una lista muy preocupante.
Que sea esta la oportunidad de evitar los paños de agua tibia e identificar, para corregir, los factores estructurales detrás del mal momento. Todo, por el bien de un deporte que es mucho más que una mera actividad física: es un complejo y potente fenómeno cultural que tiene un lugar bien ganado en el corazón de millones.
Hay un asunto central aquí y es la necesidad de una mayor transparencia en el negocio, la cual evitaría que algunos se refugien en la opacidad. Además de escándalos recientes, y muy graves, como el de la probada reventa de boletería para partidos de la Selección, está toda una historia de dificultades que se han encontrado quienes en diferentes momentos han intentado pedirle al fútbol que rinda cuentas y se ajuste a las normas. Complejos e intrincados vasos comunicantes que han unido a la institucionalidad del fútbol con la del Estado, responsable de su vigilancia y control, han dificultado esta tarea.
Hay que lograr mejores ingresos por derechos de televisión, para no tener que jugar hasta el agotamiento, y fortalecer la transparencia.
El caso es que ante las repetidas denuncias de irregularidades, la respuesta de la Dimayor se limita a informar que se están investigando. Esto es un error, hay que ser muy claros sobre qué se está haciendo en concreto para alertar sobre posible influencia de apostadores y recurrir a sanciones ejemplarizantes en los casos en los que se prueben amaños. Se habla de tráfico de influencias en la designación de los árbitros, de presiones, de fuerzas oscuras. Contra esto, insistimos, el camino es el de la transparencia: que se conozcan, por ejemplo, los criterios para el manejo del arbitraje.
Es hora de un mea culpa en buena parte de los jerarcas del balompié. No hay autoridad moral cuando hay incumplimientos de sus propias normas por parte de directivos que admiten equipos sin cumplir requisitos o que permiten gambetas como las de los clubes que se alían con otros para tener equipo femenino y así poder competir a nivel continental. Ni hablar de los casos de oncenos que compiten en la cancha y comparten el mismo dueño.
Luego está la adopción de formatos que con el objetivo de una mayor rentabilidad pueden terminar por marchitar la pasión. Vale la pena preguntarse si tantos partidos en horarios tan diversos están alejando a la afición. La Asociación de Futbolistas ha sido reiterativa en sus reclamos sobre lo inconveniente para la salud de los jugadores y, por ende, la calidad del espectáculo de un calendario tan intenso.
Es necesaria una gestión gerencial con visión, que cuide el espectáculo, que piense a largo plazo, que logre mejores ingresos por derechos de televisión, para no tener –como ahora– que jugar hasta el agotamiento y vender jugadores tan pronto muestran un destello de talento. Tiene que notar la dirigencia que la pasión de la gente es a la larga su principal activo. Sin ella, el negocio no funciona. La mejor inversión es jugar el mismo partido: el de cuidar el fútbol.
EDITORIAL
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