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Compositor, pianista y director de orquesta
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Los acordes secos como golpes de cañón. A continuación, una melodía se desliza por los violonchelos, noble y cálida, y se traslada luego a trompas y clarinetes en un crescendo de intensidad que finalmente estalla majestuoso en toda la orquesta. Así empieza la Sinfonía nº 3 de Beethoven. La tradición relata que el compositor la escribió en Viena en 1803 y que en un primer momento la tituló Sinfonía Bonaparte. Para entonces, Napoleón acababa de iniciar la guerra contra las potencias del Antiguo Régimen que asolaría Europa durante más de un decenio, pero para Beethoven aquel general extranjero era más un liberador que un invasor.
De la misma manera que Napoleón revolvió el tablero político europeo y puso en jaque equilibrios y formas de poder consolidadas desde hacía siglos, también la Tercera sinfonía de Beethoven marcó un antes y un después en la historia de la música. Después de ella, la música pasará a pensarse de otra forma, se moverá en horizontes más amplios, se medirá a la historia en otros términos.
Para entender el alcance de la novedad, bastará con mencionar un simple dato numérico. El primer movimiento de la Sinfonía nº 2, escrita tan sólo un año antes, medía 363 compases; el Allegro inicial de la Tercera, 695. Casi el doble. Hasta la Novena sinfonía (1824) Beethoven no acometerá nada tan amplio y ambicioso como en la Tercera.
Al igual que Napoléon revolucionó el tablero político, la Tercera sinfonía marcó un antes y un después en la historia de la música
En realidad, para cuando la obra se publicó en 1806, Beethoven había tachado el nombre de Bonaparte de la portada y, en su lugar, había escogido un título más genérico: Sinfonía heroica, compuesta para celebrar el recuerdo de un gran hombre. ¿Recuerdo? En 1806, Napoleón acababa de desbaratar al ejército prusiano y Rusia había tenido que entrar en guerra para frenar el avance del ejército francés. Nadie de sus enemigos veía la manera de contrarrestarle, y aun así Beethoven hablaba de él en pasado. Celebraba la memoria de un gran hombre sin siquiera mencionarle, como si se tratase de un difunto. Era como si el Bonaparte al que había pensado dedicar su Sinfonía nº 3 fuese ya otra persona.
El punto de inflexión en esta relación de amor (primero) y odio (después) lo produjo la decisión de Napoleón de autoproclamarse emperador en 1804. Un gesto que el republicanismo del compositor consideró como una traición a los ideales de la Revolución francesa que Napoleón en un primer momento había dado la impresión de abanderar.
Christian Gottlob Neefe (1748-1798) se estableció en Bonn, donde acogió a Beethoven bajo su tutela. Organista de la corte del príncipe elector Maximiliano Federico y director musical del Teatro Nacional desde 1782, Neefe enderezó su incipiente carrera musical y transmitió a Beethoven los ideales ilustrados y francmasones que sustentaban su credo personal.
Las ideas de Beethoven se formaron en gran medida en Bonn, su ciudad natal, donde residió hasta los veintidós años. Durante mucho tiempo se ha minusvalorado esta etapa de su vida, que fue en cambio crucial para la maduración de su personalidad humana y artística. Capital del Electorado de Colonia, que entonces era un Estado independiente, Bonn no era desde luego Viena, pero sus menores dimensiones y el carácter más descentralizado de su entorno la convertían en una ciudad abierta al paso de las nuevas ideas.
También las relaciones personales estaban menos marcadas por el protocolo o la pertenencia a círculos sociales cerrados. El ambiente intelectual se beneficiaba de los vientos de novedad que llegaban de fuera, ya fuese la filosofía de Kant o la poesía de Schiller y Goethe. Eran años de gran fermento intelectual.
En ausencia de una figura paterna sólida –el padre de Beethoven era un tenor más aficionado a la bebida que a la música–, el papel clave en su educación lo desempeñó Christian Gottlob Neefe. Organista de la corte del príncipe elector Maximiliano Federico y director musical del Teatro Nacional desde 1782, Neefe se hizo cargo de la formación musical del joven Ludwig.
En sus clases de piano y composición,el profesor inculcó en su alumno el amor por la música de los Bach (Johann Sebastian y Carl Philipp Emanuel) y enderezó su incipiente carrera musical. Neefe era además un hombre de amplia cultura, un gran conocedor de la literatura y filosofía de su tiempo, por lo que transmitió también a Beethoven los ideales ilustrados y francmasones que sustentaban su credo personal.
Neefe inculcó en Beethoven el amor por la música de Bach y los ideales ilustrados y francmasones que sustentaban su credo personal
El ambiente de la Universidad, en la que Beethoven se matricularía en 1789, era otro canal de transmisión de las ideas de la Ilustración, a cuyos planteamientos no era hostil el nuevo soberano de la ciudad desde 1784. Maximiliano Francisco de Austria brindaba su apoyo a artistas y literatos, y simpatizaba con un modelo de soberanía ilustrada similar al de su hermano, el emperador José II.
La muerte de su madre, en 1787, obligó a Beethoven a hacerse cargo económicamente de sus hermanos menores, trabajando como instrumentista en la orquesta local y como profesor particular de música. Pese a ello, los años transcurridos en Bonn se contaron entre los más enriquecedores para el músico. También se le abrieron las puertas de la alta sociedad, como atestiguan sus estrechas relaciones con la familia Von Breuning o el conde Walsegg.
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Todas estas experiencias proporcionaron una directriz clara a su pensamiento, consolidaron en él una serie de valores éticos que le acompañaron durante el resto de su vida. Entre ellos, su fe en los ideales de igualdad, libertad y fraternidad como elemento de unión entre los hombres, los valores del republicanismo y del universalismo, la convicción de que el cosmos obedece a leyes racionales y que la vida es un recorrido cuyos inevitables obstáculos culminan a pesar de todo en la felicidad del individuo.
Por ejemplo, fue en su juventud cuando grabó en su memoria el poema A la alegría, de Schiller, el mismo que utilizaría en el Himno a la alegría de la Novena sinfonía, con el célebre coro que canta: «La alegría, bella chispa divina, / hija del Elíseo […]. Todos los hombres se vuelven hermanos / allí donde planea tu dulce ala».
No ha de extrañar por lo tanto que Beethoven recibiera con ilusión las noticias que llegaban desde Francia a partir de 1789, con la insurrección popular contra Luis XVI y el posterior derrocamiento de la monarquía y la creación de la República, en 1792. En esta última fecha, Beethoven ya se había trasladado a Viena, la ciudad en la que residiría hasta su muerte en 1827. Allí, el compositor siguió con interés los éxitos que acompañaban las campañas militares del joven general Bonaparte, primero en Italia (1796-1797) y luego en Egipto y Palestina (1798-1799).
Proclamado primer cónsul de la República francesa, Napoleón infligió en 1800 una derrota decisiva al ejército austríaco en Italia. Beethoven vio en él al paladín de los ideales de la Revolución y al encargado de difundirlos fuera de Francia con su ejército, derrocando al viejo orden encarnado por el absolutismo con su visión jerárquica de la sociedad, sus valores arcaicos y sus injusticias.
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Beethoven estaba fascinado por las grandes figuras históricas y míticas, personalidades heroicas que se sobreponían a su propio destino en pos de una misión más alta y trascendente. Así lo había mostrado en 1801 al componer el ballet Las criaturas de Prometeo, centrado en el titán que había desafiado el decreto divino de Júpiter y había entregado el fuego a los hombres, padeciendo por ello un horrible castigo.
Beethoven utilizó materiales de este ballet para su Tercera sinfonía, lo que sugiere que el compositor veía en Napoleón a un Prometeo contemporáneo, capaz de desafiar el orden establecido –la Europa del Antiguo Régimen– para entregar a sus contemporáneos el fuego de la nueva civilización, encarnado en los valores ilustrados y revolucionarios.
Beethoven vio en Napoleón a un Prometeo moderno, capaz de desafiar el orden establecido y entregar a sus contemporáneos el fuego de la nueva civilización
En 1804, la admiración de Beethoven por Napoleón sufrió un duro revés. Cuando el compositor se enteró de que Bonaparte se había autoproclamado emperador, traicionando así los ideales de la República y alineándose de hecho con la conducta de sus adversarios, su decepción fue total. Bonaparte se había quitado la máscara y se había revelado como un déspota cualquiera,cuyo único móvil era la sed de poder. La sinfonía se transformó en una exaltación de la figura del héroe, desligada de cualquier referencia histórica e individual.
A pesar de todo, Beethoven no era un revolucionario convencido y mantuvo una actitud ambigua respecto al absolutismo. No deja de ser paradójico, por ejemplo, que su renovadora Tercera sinfonía se estrenara de forma privada entre las paredes del palacio aristocrático del príncipe Lobkowitz.
En su vida cotidiana en Viena, Beethoven trataba con condes, príncipes, duques y archiduques, entre los que se contaban algunos de sus principales mecenas. Los aristócratas le garantizaban un sueldo, le encargaban obras o le contrataban como profesor de música para sus vástagos. Aunque es cierto que Beethoven trataba con ellos de igual a igual, a veces con excesiva temeridad, el sentido común imponía cierto respeto a las jerarquías establecidas.
Este retrato muestra a Beethoven a los 33 años. Lleva un vestido elegante y el pelo cortado a la moda neorromana venida de Francia. Sujeta una lira con la mano izquierda mientras que con la derecha marca el compás. Obra de Willibord J. Mähler. 1803. Museo de Viena.
Por otra parte, es significativo que en 1814 Beethoven compusiera una cantata, Der glorreiche Augenblick, “El momento glorioso”, dedicada “a los monarcas y estadistas europeos” reunidos en el congreso de Viena con el objetivo de restablecer en Europa el orden político anterior a la Revolución francesa y a Napoleón.
Un año antes había compuesto La victoria de Wellington para conmemorar la derrota de Napoleón en la batalla de Vitoria, que le obligó a retirarse de España. Se trata de una página descriptiva y efectista (se incluyen disparos de cañón) en donde la utilización de los himnos God save the King y Rule Britannia es un evidente guiño a la nacionalidad del duque y al público inglés, para el que estaba pensada la obra.
También resulta significativo queLa victoria de Wellington fuera una de las piezas de Beethoven que más éxitos cosechó en vida del compositor. Lo mismo sucedió con otras obras que hoy consideramos «menores», como el Septimino (obra para siete instrumentistas compuesta en 1799) o los arreglos de canciones populares con los que su música entró en las casas de los aficionados.
En cambio, el Beethoven titánico y rompedor de la Tercera o de la Quinta sinfonía generó una encontrada mezcla de elogios y de críticas, mientras que sus últimas sonatas y cuartetos fueron objeto de una incomprensión casi unánime por parte de sus contemporáneos, y tuvieron que esperar hasta el siglo XX antes de ser incorporadas de manera estable al repertorio y ser reconocidas en toda su genialidad.
Las últimas sonatas y cuartetos de Beethoven fueron incomprendidos por sus contemporáneos
Los valores que Beethoven llevaba en el corazón desde la época de Bonn permanecían como una tensión interior, emblemas de una utopía quizás irrealizable en el mundo. Tal como habían demostrado la experiencia de la Revolución francesa y la trayectoria de Napoleón, su puesta en práctica había implicado casi de inmediato su más completa desfiguración.
Aquella revolución política que tanto ansiaba, Beethoven la transfirió a un plano puramente sonoro. La partitura fue el verdadero campo de batalla en donde el orden antiguo y el nuevo se enfrentaron en busca de horizontes inusitados e innovadores, y la música de Beethoven se convirtió en una revolución continua que todavía perdura hasta el día de hoy.
Para saber más
Ensayo
Beethoven
Jan Swafford
Editorial Acantilado. Barcelona, 2017
Ensayo
Ludwig van Beethoven
Jean y Brigitte Massin
Editorial Turner, Madrid, 2012
Ensayo
Beethoven
Emil Ludwig
Editorial Juventud. Barcelona 1991
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